ENTREVISTA A D. ANTONIO RÍOS RAMOS. ANUARIO 2011.
Si en el mundo cofrade todos los “humildes servidores” fueran como Antonio Ríos Ramos, la prensa morada perdería por completo el sentido crítico. El sentido del servicio a la Iglesia y el trato humilde con todos los que le conocen, caracterizan a un hombre que entró relativamente tarde (con 37 años) en el mundo de las cofradías, y que fue durante ocho años nuestro Hermano Mayor y otros tantos presidente del Consejo de Cofradías.
Por Rafael Avilés.
Antonio Ríos Ramos llega cinco minutos tarde a nuestra cita y me saluda con una disculpa por el retraso. Este gesto habla por sí solo de la humildad de un hombre en estos tiempos en los que la falta de cortesía es moneda de cambio común. Son las doce en punto de una mañana soleada de noviembre y Don Antonio me invita a entrar a la Basílica, donde comenzamos nuestra charla.
Por supuesto, el primero en ser atentido es el Señor. Antonio Ríos se santigua una vez superado el vestíbulo y se arrodilla en una de las últimas bancadas del templo. Allí, destina unos minutos al rezo. Escribió de él José Ignacio Jiménez Esquivias que es un “humilde devoto servidor” del Señor, y así me lo parece.
“Las hermandades somos una pieza clave para la Iglesia, pues tenemos el gran papel de servirla en la transmisión de la fe al pueblo”, me decía más tarde Don Antonio. Este profundo sentimiento religioso de servicio fue el que dominó sus facetas como Hermano Mayor del Gran Poder y como Presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla. “Nunca me he sentido protagonista de nada…, además ya me acuerdo de pocas cosas”, me aseguraba tratando de eludir esta entrevista, y sin embargo tuvo tanto que contarme de aquellos años…
En nuestro paseo por las dependencias de la Hermandad, Don Antonio se para especialmente ante la antigua cruz de salida del Señor. “Anda que no he colocado yo veces esa cruz…”, dice con un gesto de cariño, rememorando sus tiempos de prioste. Antonio Ríos ocupó la Priostía de la Hermandad en los años 70, durante los mandatos de José Luis Gómez de la Torre y Juan del Cid. Fue en aquellos tiempos cuando comenzó la que probablemente haya sido la labor que más le ha marcado: ayudar a vestir al Señor.
“Es algo que no te puedo lograr explicar… es una labor que no se puede comparar con nada, de la que siempre me sentí indigno”. Cuando habla de este asunto, pierde un poco la mirada hacia los recuerdos, esbozando una sonrisa de agradecimiento hacia aquellos maravillosos años. He oído muchas veces hablar con orgullo a vestidores, especialmente de Vírgenes. Sus voces se engolan y suelen caer en la vanidad de destacar su manera de hacer las cosas… en lugar de aquello que sienten. Lo de Antonio Ríos es otra cosa.
Frente a la antigua cruz, está la estatua del Cardenal Spínola. Don Antonio se acerca a ella y a mí me parece entonces que entre los dos hay una enorme dosis de química, como se dice ahora. “Me viene especialmente a la memoria el momento de su beatificación… yo estuve allí, en Roma. Lo recuerdo con mucha nitidez porque además recibí justo en aquel instante la noticia del fallecimiento del entonces hermano mayor del Calvario, Eduardo Pérez de los Santos. Aquello me impactó muchísimo”.
Aquella segunda mitad de los 80 fueron, según Antonio Ríos, años muy buenos para las cofradías en Sevilla. “Se vivía un clima muy agradable y todo el mundo tenía muy claro que debíamos ser un servicio más a la Iglesia”. Jiménez Esquivias, Diputado de Obras Asistenciales en aquella Junta, los bautizaría como “los años mágicos”.
“Recuerdo con especial cariño a Fernando Turmo, al que llevé como Prioste primero en mi primera Junta y con quien compartí la Priostía años antes… Estaba siempre pendiente de todo, era muy emprendedor… Su muerte repentina fue un gran golpe para mí”. Olier, Sánchez-Cavestany, Alonso, Serna, Montoto, Moreno Poveda (“un gran señor”, recalca), Miguel Muruve, Gavira, Mantero, León Rajo, Vélez, Acedo, Rosa, Antonino Vaázquez, Manolo Vázquez, Rodríguez Sayago y Jiménez Esquivias fueron sus hombres en aquella primera Junta. En la siguiente, León-Castro, Gabardón, Benítez, Borja Lasso, Guajardo-Fajardo, García de Porres ,Ostos, mi hermano Félix y Enrique Esquivias de la Cruz, nuestro querido y actual Hermano Mayor, se incorporaron a una gestión en la que Antonio Ríos siempre tuvo una máxima: “abrir la Hermandad a todos”.
Efectivamente, fueron aquellos años de apertura, no sólo a nivel interno de las hermandades, sino en la calle, especialmente en Semana Santa. Llegada la Exposición Universal de 1992, la Semana Mayor experimentó una difusión mediática desconocida hasta entonces, adquiriendo en aquel año y en los posteriores unas dimensiones hasta entonces desconocidas. Y precisamente a finales de ese año, Antonio Ríos Ramos fue propuesto y elegido como sucesor de Luis Rodíguez-Caso como presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías.
“Yo no pensé nunca en ocupar aquel cargo, pero la gente de mi entorno me terminó convenciendo de que también en esa institución podría continuar mi servicio a la Iglesia”. En aquellos primeros años 90, una de las mayores preocupaciones del presidente del Consejo fue la masificación de la Semana Santa, no sólo a nivel de público, sino especialmente en las mismas hermandades. Los cortejos procesionales crecieron en un alto grado y comenzaba por entonces el surgimiento de nuevas hermandades de penitencia. Igual entonces que ahora, Antonio Ríos tenía las ideas claras. “Creo que en Sevilla sigue haciendo falta que sigan surgiendo hermandades… pero no tienen necesariamente que convertirse en cofradías. Tal vez el error esté en tener que venir a la Campana, cuando pueden perfectamente procesionar por su barrio y demostrar la razón de ser de una hermandad: vivir una comunidad en la que se sienten como hermanos”.
Los grandes problemas que hace 20 años acuciaban al Consejo de Cofradías, parecen ser los mismos que ahora: engorde de la nómina de la Semana Santa, la ampliación de la carrera oficial, modificación de los estatutos… A todo ello se enfrentó Antonio Ríos hasta el año 2000 con la bonhomía que siempre le caracterizó, dejando una huella muy positiva entre la inmensa mayoría de quienes le trataron entonces. Sin embargo, no oculta que se queda con sus años al frente de esta Hermandad.
“Mis años de hermano mayor (1984-1992) fueron una vivencia hermosísima. Me hicieron ver la gran misericordia del Señor, al tener aún más cerca la visión de tantas personas que acuden a él”. ¿Qué tiene el Señor del Gran Poder? Don Antonio repite la expresión que he visto siempre en todos los devotos sinceros del Señor de San Lorenzo. Suaviza el gesto (aún más), entorna los ojos, piensa durante unos segundos… “No sé explicar esa fuerza que tiene el Gran Poder, no sé si alguien puede… El otro día me contó un sacerdote el caso de un joven extranjero, norteamericano, que vino a ver al Señor casi como de visita turística pero muy agobiado por sus particulares circunstancias. Este chico no tenía ningún tipo de devoción, no era ni siquiera católico. Sin embargo, sólo con la visión del Señor del Gran Poder sintió la llamada de la fe. Poco después fue bautizado, se hizo hermano de nuestra cofradía y ahora incluso puede vérsele ayudando en los cultos de la capilla de San Onofre”.
En su afán de servicio a la Iglesia, las juntas de Antonio Ríos Ramos se esforzaron especialmente en hacer coincidir en determinados puntos los caminos del clero con los de los fieles. En aquellos años en los que no pocas veces había desavenencias de las hermandades con Palacio, Antonio Ríos trató a curas y párrocos casi como si fueran miembros de su Junta. “Rafael Bellido, que luego fue obispo de Jerez, el actual Arzobispo Castrense Juan del Río, Manuel Garrido Orta, Rafael Moyano, el P. Díez, Antonio Calero, Luis Fernando Álvarez, Camilo Olivares… con todos ellos y algunos más tratamos de emitir a los hermanos y devotos mensajes más cercanos, por ejemplo dimos un sentido más formativo a los misereres, que traían tanta gente a la Basílica, todo eso se cuidaba muchísimo. Ahora eso ya lo veo completamente conseguido, veo incluso más y mejor relación de las cofradías con la Iglesia”.
De su Hermandad, Antonio Ríos da especial valor a la Bolsa de Caridad. “Fundada hace ya más de 60 años, en los que ha llevado a cabo labores magníficas, como la escuela de ñiños que tanto tiempo estuvo en la casa de Hernán Cortés, o la ayuda a pobres vergonzantes, que ahora con esta crisis vuelve a incrementarse… Te sorprendería saber cuánta gente nos solicita ayuda en estos tiempos…”.
Y si valor da a las instituciones, aún más a las personas que ha conocido en su larga trayectoria de hermano. “He conocido a señores entrañables, como Miguel Lasso de la Vega, el querido Vizconde de Dos Fuentes, que fue quien me llamó, a través de Rafael Duque para ser Secretario II en la Junta de Gobierno que presidía; o Don José Pascual del Pobil, Paco Soro y Eulogio Arenas. También a gente muy importante para la Hermandad, como el Marqués de las Navas, Guillermo Casas, Eduardo Durán, Pepe Rivera, Gómez de la Torre o Juan Balbás, quien fue clave para que la corporación saneara sus finanzas”. O como los permanentes cuidadores del Señor y la Basílica, los capilleres Félix, Miguel, vigilantes como Julio Vargas y Manolo Angulo, padre de nuestro actual capiller segundo manolito, que son o han sido como una prolongación de su familia; o Pepita Rovayo y Rocha. En cuanto a sus devociones fuera de la Plaza de San Lorenzo, Don Antonio recuerda con especial cariño a Carmela Astolfi, “ella me hizo hermano del Rocío de Triana, hermandad de la que era camarera, y del Cachorro”.
En su recuerdo, Rafael Duque del Castillo ocupa un lugar destacado. “Él fue el que me hizo hermano en el 67, era entonces secretario de la hermandad y yo le secundé en esa labor”. Aunque Antonio Ríos llevaba entonces viviendo en Sevilla sólo seis años, el Gran Poder siempre estuvo presente en su vida. “De niño mi padre me habló de muchas Madrugadas en las que fue a verlo”. Tiene un recuerdo vívido de su casa natal, en la localidad onubense de Villarrasa: “Aquella foto del Gran Poder con la túnica de los cardos, llena de manchas… Verás, es que mi madre le ponía delante un platito con aceite, con una luz prendida… A veces chisporroteaba la mecha y saltaban gotitas de aquel aceite…”. De nuevo esa mirada, perdida en los recuerdos.
Los ojos de Don Antonio han visto muchísimas maravillas en torno al Señor (y las que le quedan), pero probablemente fueron unas que no vio las que más han llamado la atención de quien escribe. A su edad, 81 años, sigue saliendo de nazareno en la Madrugada del Viernes Santo. Hará unos años, no muchos, había tenido problemas de visión ya el Jueves Santo. “Por la noche ya me sentí mejor, sin demasiadas molestias, así que decidí vestirme de nazareno e irme a eso de las diez de la noche para la Basílica. Por precaución, le consulté allí mismo a un hermano nuestro que es oculista, y me aconsejó que no saliera”. Antonio Ríos le hizo caso, pero no se fue a su casa. Pasó toda la estación de penitencia junto al Santísimo, en la Basílica.
“Fue muy duro ver salir al Señor… después a la Virgen… y quedarme yo atrás, allí solo. Sin embargo lo que viví en las horas siguientes tuvo muchísima fuerza. Entre otras cosas, recuerdo los sonidos de aquella noche. Poco después de salir la cofradía ya oía la banda de Hidalgo, dando paso después a un largo silencio… que se rompió con los tambores de la Sentencia. Después otro silencio interminable y… ¡la Macarena!”.