Mientras desde San Lorenzo nos llega el Señor, porque en la Madrugada, por nuestras calles, viene y pasa el Señor. Señor de Sevilla, meta clara de la devoción de un pueblo que sabe que el Dios que realmente permanece en el Sagrario y que la Fe nos hace ver con los ojos del alma, se hace madera Santa, para que podamos verlo con los ojos del cuerpo. Y así lo ven y lo veneran ricos y pobres, todos los sevillanos que lo visitan cada día y que los viernes forman cola para besar su pié, porque saben que el Señor es Dios que cruza la Ciudad. Estoy seguro que quienes presumen de ese agnosticismo tan de moda en nuestros días, no han salido jamás a tu encuentro, Señor, cuando la noche se hace más profunda en la estrechez de las calles de tu caminar por nuestro pueblo, cuando avanzas con el paso racheado de tu cuadrilla y tu túnica volada parece que se pega al adelanto de tu rodilla y pronuncia aún más la mansedumbre con que te acercas con tu inconfundible zancada. Ni jamás se encontraron contigo cuando rompe el día y las primeras luces del amanecer se reflejan en tu rostro cansado. No, Señor, nunca te vieron y por eso dudan de Ti, no tiene más remedio que ser así, porque si se encontraron alguna vez contigo y siguen sin creer en quien eres es porque tienen la enorme desgracia de ser ciegos. Ciegos sin vista en los ojos o ciegos del alma que es aún mucho peor.
No hace aún ni un año, en la tarde de un verano aún incipiente, cuando el calor sofocante del día, daba paso a una leve brisa y terminaba la postrera misa en la Basílica, un perturbado cuya posible esquizofrenia nunca podrá justificar su inconcebible acción, trató, zarandeándote bruscamente, de derribarte, arremetiendo contra ti a empujones y patadas. Los sevillanos, que con espanto enmudecieron al presenciar el ultraje no daban pábulo a lo que veían. Sevilla, toda Sevilla, por la que corrió la triste noticia, se conmocionó en lo más profundo de su ser, llegó a los más alejados puntos de España y del mundo, donde tu devoción tiene arraigo y raíces profundas. Y Sevilla, y los sevillanos de bien, tiritaron de frió en el verano de las calores altas. Afortunadamente, los ignotos objetivos del agresor, no se cumplieron y los daños en tu Cuerpo, Señor, se subsanaron felizmente, como sin embargo no pueden serlo tantas agresiones que, porque no se ven y a nadie escandalizan, sufres en tu cuerpo real y verdadero, presente en nuestros Sagrario, donde también eres agredido, zarandeado y apaleado por la conducta y los pecados de los hombres como lo hicieron con tu imagen bendita, Señor del Gran Poder.
Padre Nuestro que estás en San Lorenzo, y al que con nuestro comportamiento, no siempre santificamos tu Nombre, al que pedimos con la boca pequeña que venga a nosotros tu Reino porque no nos interesa dejar de ser reyezuelos del nuestro y no siempre estamos dispuestos que se haga tu Voluntad, tan distinta quizás a la que nosotros deseamos, pero tú, Señor, no dejes de darnos el pan que necesitamos cada día, perdona cuanto te ofendemos, ayúdanos a ser generosos como Tú con los que nos ofenden y líbranos, como sólo Tú puedes hacerlo, de todo mal y haz Señor, que nunca nuestra ofuscación pueda llevarnos a zarandearte a agredirte, a tratar de derribarte, Señor del Gran Poder del trono de Amor que tienes en el corazón de cada sevillano.