Boletín de las Cofradías de Sevilla nº 69 (junio de 1.965)
Amanecía el Jueves de la Ascensión, 27 de Mayo de 1965, cuando las puertas parroquiales de San Lorenzo se abrían para, por última vez, dar paso al Cristo del Gran Poder. solamente de Sevilla, sino de los pueblos próximos, habían acudido muchos devotos del Señor para acompañarle en su camino de triunfo: se notaban especialmente vecinos de la barriada de Santa Teresa, en la que Jesús del Gran Poder dejó afirrnada la estela de su devoción con motivo de su estancia en aquella Parroquia durante los inolvidables actos de la Gran Misión de Sevilla.
Numerosísimos hermanos con cirios fueron jalonando la senda que recorrería el Señor camino de la catedral.
A las seis y veinte de la mañana la fronda de los árboles enmarcaba el “paso” de Jesús del Gran Poder, iniciándose así esta solemnidad que en los anales cofradieros de la ciudad de la gracia se fijaría como uno de sus fastos más memorables.
Tras el Señor, gran cantidad de mujeres nos recordaban aquellas interminables filas que en la madrugada santa Lo seguían como aquéllas otras que en el camino del Calvario fueron bálsamo para sus tormentos.
La procesión siguió el itinerario acostumbrado de Semana Santa: muchas colgaduras en los balcones del recorrido.
En la Plaza de San Francisco se unió a la comitiva el Excmo. Sr. Alcalde de la ciudad, a quien el Sr. Cid Calonge entregó la vara de Presidencia.
El “paso” de María Santísitna del Mayor Dolor y Traspaso era acompañado por la banda de música de la División, que con sus marchas penitenciales, escogidas en la presente ocasión entre las que con sus notas invitan a mecer y mimar a la Madre de Dios, sembraban de añoranzas fácilmente convertirlas en reálidad los sentimientos. de los cofrades.
Ya en la Catedral, una cantidad incalculable de fieles llenaba el amplísimo trascoro y ante los Venerados Titulares se ofició la santa Misa.
Numerosísimas comuniones fueron broche de oro al esplendor de los actos de la mañana.
Después se procedió a entregar un valioso y artístico relieve, magníficamente repujado, del frontal delantero del paso del Señor, a D. Luis Ortiz Mufíoz, para premiar sus constantes afanes y desvelos en pro del engrandecimiento de la Hermandad. Así se hacía constar en la expresiva dedicatoria, en la que además se le ofrecía el cargo de Teniente de Hermano Mayor Honorario.
El desfile de devotos, durante todo el día, fue incesante.
A las ocho y media de la tarde, después del canto del Miserere, se inició la procesión del regreso.
Una ingente multitud se apiñaba en la Avenida de José Antonio, muy especialmente a las puertas de la Catedral, cuando el Señor del Gran Poder apareció en la Puerta de San Miguel.
Precedía al “paso”.’ el banderín de la Bolsa de Caridad, esa institución a la que pudiéramos llamar, al igual que a otra Hermandad por distintos motivos se le distingue así, Madre y Maestra de otras muchas que a su semejanza se fundaron.
A su lado, sería injusto no citar a su promotor, D. José Morón Ruiz, Hermano Mayor que fue de la Jesús del Gran Poder de gratísima memoria por esa labor de amor a nuestros semejantes. Le acompañaban Hermanos de San Juan de Dios, en representación del Sanatorio que lleva el nombre del Cristo de Sevilla.
La bandera del Beato Diego José de Cádiz era acompañada por religiosos capuchinos, orden tan ligada a la hermandad.
Seis Cofradías que veneran como Titular al Gran Poder, radicadas en la Archidiócesis, y otra de Madrid, iban también representadas.
Se formaron varias presidencias, compuestas por las Hermandades de la Sacramental y Soledad de San Lorenzo, de la Macarena, de Todos los Santos y de las Mercedes de la barriada de su nombre.
La presidencia oficial la compusieron nuestras primeras autoridades, que de esta forma quisieron patentizar la importancia que para Sevilla tiene esta imagen que atrae la devoción mundial.
Al llegar la procesión a los andenes de las Casas Consistoriales, se detuvo, colocándose los “pasos” al frente de la misma, y teniendo lugar el acto al que, por su importancia, dedicamos capítulo especial.
El recorrido, hasta la Plaza de San Lorenzo, fue inenarrable, por el sinnúmero de emotivos actos que se presenciaron. Poco antes de las doce de la noche llegaba el “paso” del Señor a la mencionada plaza, abarrotada de fieles, ávidos de verle entrar, por vez primera, en su nuevo Templo.
Como datos para la historia reflejemos que la cruz de guía entraba en él a las doce y cinco, y el Señor a las doce y media. Las saetas se habían prodigado, sembrando el aire de nostalgias por una iglesia que ya o vería entrar más por sus puertas a Jesús del Gran Poder, y de alegría por la.ilusión cumplida precisamente en un Viernes, el día del Señor, que había seguido al jueves de la Ascensión más glorioso para la Hermandad.