Las hermandades en sus primeros tiempos estaban divididas en dos grandes grupos: las de penitencia, también llamadas de sangre o de disciplina, dedicadas a promover la pasión de Cristo, y las de luz, casi siempre asociadas a una devoción mariana o a la de algún Santo.
La fundación de la Pontificia y Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso tuvo lugar 1431. En sus orígenes estaba dedicada a la contemplación del misterio del Poder y Traspaso de Nuestra Señora y honra de San Juan Evangelista, hecho que resulta bastante curioso ya que se trataba, por tanto, de una corporación de luz y no de penitencia.
Su titular, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, fue una de las primeras advocaciones que procesionó en Sevilla -se sabe incluso por fuentes documentales que en 1570 realizó estación de penitencia en Jueves Santo-, sin embargo, dicha talla, no se corresponde con la imagen que actualmente se venera en dicha hermandad que es de finales del XVIII, a excepción de las manos que parecen ser las originales.
La fecha en que se talló la actual imagen se conoce por unas actas de cabildo celebrado el 25 de Febrero de 1798, en las que se recoge como el por entonces mayordomo de la hermandad, don Manuel Benjumea, solicitó permiso para “construir a su costa una cabeza para la Señora que sería de excelente gusto, y buena disposición”.
Desafortunadamente, no está recogido en el citado documento el nombre del escultor al que se le encarga.
Con el tiempo, dicha imagen ha sido sometida a diferentes retoques y restauraciones que han afectado a su estética primitiva. La primera intervención documentada, la realizó Antonio Illanes en 1954-1955 y ésta consistió en la remodelación del rostro, ojos y cuello. En 1978 se ocupó de Ella Peláez del Espino y un año más tarde, en 1979, Ortega Brú volvió a encarnar la policromía de la cara. En 1981 Manuel Guzmán Bejarano realizó un nuevo candelero para que ganara en altura, y por último, en 2001, Luis Álvarez Duarte llevó a cabo la última de las restauraciones ejecutadas sobre la Titular.
El título atribuido a María como Virgen del Mayor Dolor y Traspaso de Nuestra Señora es el que responde mejor que ningún otro a la iconografía de “Mater Dolorosa”, es decir, al trágico momento en que María, acompañada por Juan encuentra a su Hijo cargado con la Cruz en la calle de la Amargura.
Este acontecimiento se cuenta de una manera muy explícita en el Acta de Pilatos de los Evangelios Apócrifos; en ellos se afirma que María fue informada por Juan de la tragedia que se cernía sobre su hijo. La Virgen, al oír el relato, quedó transida de dolor y salio al encuentro de Cristo que ya cargaba con su Cruz hacia el lugar de ejecución, y así es precisamente como se representa esta imagen, transida de dolor y acompañada por San Juan.
Como es habitual en las dolorosas sevillanas, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso es una imagen de candelero. En ella destaca un bello y suave rostro, conseguido a base de unas facciones delicadas y bien proporcionadas mediante las que se expresa un dolor contenido, y un porte elegante, remarcado por la ligera inclinación de la cabeza y la estudiada, e incluso forzada, posición de las manos en las que resaltan unos dedos finos y arqueados.
Para resaltar esta belleza, a lo largo de la historia, siempre ha sido dotada por parte de la hermandad con un rico ajuar que acrecienta ese sello señorial que la caracteriza, tanto es así, que cuando en otra época se acostumbraba a enjoyar a las imágenes pasionistas, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso destacaba por ser la más ricamente engalanada de la Semana Santa.
Entre sus enseres destaca una rica peana de plata con decoración de rocalla, que se puede considerar la mejor de su tipo y que es la primera que se conoce de las Hermandades de Sevilla, dos mantos de salida bordados, una de las coronas más antiguas de las cofradías sevillanas, rematada por la Cruz pectoral del Cardenal de la Lastra, y un clásico y severo palio rectilíneo bajo el que procesiona. Las prodigiosas orfebrerías de varales, moldurón, jarras y faroles se deben a Ferrer y buena parte de las prendas a Juan Manuel Rodríguez Ojeda.
Bibliografía:
Bermejo y Carballo, J.: Glorias Religiosas de Sevilla. Sevilla, 1882.
Martínez Alcalde, J.: Sevilla Mariana. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997.
V.V.A.A. : Misterios de Sevilla. Tartesos. Sevilla, 1999.