Diario de Sevilla, 6 de enero de 2006
Empiezan a verse por Conde de Barajas, Jesús del Gran Poder o Cardenal Spínola a partir de las nueve y media de la noche durante los días del quinario y algo antes hoy, día de la función. Son los primeros en irse, apenas dada la bendición o antes de la procesión claustral, tal vez porque llegaron tarde, tuvieron que quedarse de pie en el atrio abarrotado y estén cansados; tal vez porque viven lejos, que desde todos los barrios convergen aquí estas noches los devotos; tal vez porque les esperen en su casas o porque no les espere nadie. Andan como sombras urgidas por la prisa de quien, por salir de noche ya sólo raramente, siente un leve desasosiego cuando cierran las tiendas, las calles se vacían con ese doble vacío de las noches de los días de fiesta, tras las ventanas encendidas se desarrollan las diarias rutinas de las que ellos están ausentes, y en el silencio de las calles se oyen las graves campanadas del reloj de la torre de San Lorenzo y el agudo voltear de la de la espadaña de la Basílica como si les persiguieran diciéndoles “es tarde”, “es tarde”…
Ellas suelen ir en breve repique de pasos cortos y tacones bajos, abrigo largo, broche de perlas o con forma de lazo en la solapa, la cabeza baja como para protegerse del frío; ellos, con abrigos azules o grises, bufandas cruzadas sobre el pecho y a veces gorras o mascotas. Ambos suelen ir solos, porque quienes tienen pareja o amigos se quedan charlando en la plaza y viendo la procesión claustral para después tomarse unas tapas en el Sardinero, en la Bodeguita San Lorenzo, en Eslava o en Ricardo y vuelven despacio a sus casas cogidos del brazo, comentando lo hermoso que ha sido todo, la predicación del quinario, la homilía del Cardenal o cómo se pasa el tiempo, que parece que ayer mismo era Nochebuena, ya ha pasado el día de Reyes y antes que nos demos cuenta estará la primera en la Campana. Los solitarios, en cambio, se van los primeros y con tanta prisa a sus casas porque allí les esperan para cenar o porque nadie les espera, no son conocidos en la hermandad y se han hecho a la tímida hechura de su soledad.
Me gusta verles cuando vuelven del quinario o de la Función porque la suya es una soledad melancólica, sí, como todas las no deseadas; pero una soledad acompañada.
Algo han encontrado allí de donde vienen, algo se les ha dado que va con ellos, sosteniéndolos y envolviéndolos, ahora y todos los días, vivo en el corazón, acompañándoles en la foto de recuerdo de la función que llevarán todo el año en la cartera, esperándoles en sus casas en la foto de la mesita de noche a la que dan el último buenas noches y el primer buenos días. Alguien escribió que el solitario es quien más desinteresadamente ama a sus semejantes. Viendo a quienes vuelven solos del quinario o de la Función me pregunto si no serán ellos quienes más aprecien y agradezcan el don de San Lorenzo.