Diario de Sevilla, 28 de julio de 2006
Si se hubiera podido fotografiar la mirada herida de ternura con la que Dios contempló al hombre alejarse de él tras esa misteriosa ruptura a la que se llama pecado original, esa mirada sería la del Gran Poder. Si se hubiera podido fotografiar la mirada de compasión con la que, desde entonces, vio a su criatura vivir sometida a la naturaleza sabiéndose más que naturaleza, arrojada al mundo sin gozar de la inocencia de los animales ni de la gracia de los ángeles y por ello, como escribió Kierkegaard, condenada a la angustia del expatriado, esa mirada de compasión sería la del Gran Poder.
Si se hubiera podido fotografiar el gesto de amor de un Dios que sin dejar de serlo cargó con esa cruz de carne de la naturaleza angustiada del hombre –mucho más pesada que la de madera– para unir lo que el pecado desunió; eternidad irrumpiendo en la finitud, inmortalidad encarnándose en un cuerpo mortal, omnipotencia librándose indefensa en manos de los hombres, creador entregado a sus criaturas, Dios que se hace hombre para que despierte, y se despliegue, todo lo que de divino hay en el hombre a la vez que se muestre todo lo que de humano hay en Dios, ese gesto de amor sería el del Gran Poder.
Si se hubiera podido fotografiar lo que sintió Moisés ante la zarza; lo que sintió Jacob cuando el ángel de Dios le venció en la orilla del Yaboc y lo que vio cuando contempló la gloria de Dios que le decía: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac… Estoy contigo, te guardaré por doquiera que vayas y no te abandonaré”; lo que sintió Isaías cuando vio desplegarse el poder de Dios y, consternado, exclamó: “¡Ay de mí, estoy perdido! Soy hombre de labios impuros y he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”; lo que sintió Pascal cuando en la noche del 23 de noviembre de 1654 tuvo la experiencia total de Dios y anotó en su Memorial: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el dios de los sabios y filósofos. Seguridad. Alegría. Paz”, eso que sintieron Moisés y Pascal y eso que vieron Jacob e Isaías tendría el rostro del Gran Poder.
Dios del principio y del fin, y por ello Señor del alfa y la omega bordadas en su túnica epifánica de enero; Padre y Espíritu visibilizados del todo en el Hijo; Dios poderoso de Israel y Dios humanísimo de los cristianos; Yahvé capaz de llorar la muerte de Lázaro o de derrumbarse de angustia entre los olivos; fiero León de Judá y manso Cordero de Dios; abatido siervo sufriente de Isaías y Dios poderoso capaz de resucitar a los muertos, el Señor del Gran Poder es la más perfecta fotografía de Dios tal y como se manifestó en Jesús Nazareno. Por ello que ahora su imagen se nos devuelva aún más nítida es una obra, no de restauración, sino de apostolado; porque nos permite comprender con los ojos aún mejor la tierna misericordia de nuestro Salvador y ver al Dios de nuestros padres tal y como ellos lo vieron.