Sevilla estrena hoy el aire, la luz, el sol, la mañana, el viento, el fuego de cera, capirotes y sandalias, y cinturones de esparto, y colores las muchachas, que si Sevilla no estrena, no tiene manos su alma.
Por fin ha llegado el día que todo el año esperabas. Están las sillas dispuestas de Sierpes a la Campana. Están sonando en la torre, esa que llaman Giralda, los repiques que ya anuncian la procesión de las palmas, y han colgado de damasco viejos palcos en la plaza. Para el paso e la Cena trajo Alcalá ya su hogaza. Zaqueo está en su palmera y los niños en la rampa del Salvador corretean como tú correteabas; estrenan zapatos nuevos y estrenan Semana Santa.
Ramas de olivo en las misas, las de Minerva y de Itálica, están repartiendo ahora en La Estrella de Triana, y las reparte San Roque, que es Esperanza con Gracia, y las dan en la Amargura, pues San Juan es de la Palma.
Sevilla llena de olivos, Sevilla llena de palmas, triunfa en Jerusalén la que de Roma triunfara. Por la calle ya se oyen los pregones: “Er pograma…”
Hay gente que va y que viene, madres que túnicas planchan, torrijas de dulcería, son más buenas las de casa; gente que va a ver la Hiniesta por la calle Enladrillada, padres que en El Salvador una borrica señalan, gente que viene de ver a la Paz, con esas ansias que tenemos de que esté la primera en la Campana.
Por la plaza la Gavidia, por donde Daoiz avanza el zapatón que hoy estrena, en bronce, como Dios manda, vienen señores que traen una cinta en la solapa. De memoria me la sé, pues mi padre la llevaba cada Domingo de Ramos: en la memoria es morada. Vas por calle Capuchinas, en las radios suenan marchas que salen por los balcones, saetas anticipadas
Y llegas a San Lorenzo y hay una cola muy larga, que la mira un cardenal desde un retablo, y aguardas. Y esperas mientras escuchas los sonidos que proclaman nuestra mejor primavera: pájaros, niños, campanas, el reloj que da las doce, leyenda de emparedadas. Y te fijas en la gente que va saliendo; sus caras son tan serias que te dicen que allí dentro es que algo pasa, al Señor en besamanos lo han visto de cara.
Sigue la cola avanzando bajo naranjos, que plata serán el jueves de noche, en cuanto la luna salga. Y ya lo ves a lo lejos, Señor de manos atadas, túnica de terciopelo, camisa blanca y planchada, camisa que es de torero, porque puede y porque manda. Los que estaban esperando ahora la puerta traspasan, y buscan ese rincón para ver qué es lo que pasa. La gente besa sus manos, de oro un cordón las amarra, manos que mueven el mundo, manos que templan y paran el dolor, los grandes males, apuros y malas rachas, las mentiras que se quedan y las verdades que pasan.
Te fijas que las mujeres al Señor van y le hablan. Él está allí, tan humano, que hasta parece escucharlas, que está de pie aquí en Sevilla, sus dos pies ¡qué bien los planta! Y una madre le decía, aún escuchas sus palabras:
“Muchos años, Hijo mío, tus manos quiero besarlas.” Que venga la Teología y rompa aquí la baraja, que las madres llaman Hijo al Padre del sol y el agua; todas le cogen las manos como a un hijo que se marcha a unos trabajos muy grandes o a unas tierras muy lejanas.
Viendo al Señor se diría que este Señor tiene alma, del modo con que lo miran esas madres sevillanas; del modo con que un hermano, silencio hasta en la mirada, le va limpiando esas manos con una telita blanca. Son manos que han trabajado, son manos dignificadas por el dolor de la vida, manos de muelle o de fragua, de tejar, manos del campo, de San Julián o Triana, manos que tanto Poder tienen por la madrugada que pasan por el Postigo y el amanecer levantan.
Y es que Dios, por primavera, cada año viene a esta plaza para enseñarle sus manos a aquel que quiera besarlas y ver que Dios tiene manos, tiene unas manos humanas… Y es porque Sevilla estrena, para Él, Semana Santa.
ANTONIO BURGOS
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