Habrán sonado altas las campanas que nos anuncian que ya está aquí el gozo. Habrán sonado por Gradas los latines para decirnos que, entre azahares, Sevilla hace su entrada triunfal en Jerusalén y que va a llenar de claveles el Calvario y de dulce recuerdo de infancia de la cera, que chorrea como una torrija, la calle de la Amargura. ¿Habéis visto el dulzor de la amargura en esta primavera de Sevilla?.
Será como todo lo que empieza a ocurrir desde hoy por la mañana, a una hora inciertamente exacta o exactamente incierta. Empezaréis a ver pasar hombres que llevan en la solapa de su chaqueta una leve cintita morada. Es la señal.
Esa cintita morada os dirá que está el Señor en San Lorenzo. En Sevilla hay quien sabe leer las señales de telas. La alta bandera blanca y celeste que por diciembre te dice en la torre mejor que nadie lo que el pueblo siente junto al Arco de la Pura y Limpia. La roja colgadura de damasco que te dice en el barrio que mañana va a pasar Su Divina Majestad por esta su Corte que es Sevilla. Esa colcha nupcial y humilde que por la calle Pureza anuncia el romero según Triana, un domingo de junio. O estas cintitas moradas de los que hoy vienen a ver al Señor en San Lorenzo. Seguid esas cintas en sentido inverso, no os perderéis, que llegaréis al Dios de la Madera. Y permitidme que os diga unas cuantas sugerencias para que allí, en viéndole, comprendáis, como yo comprendí, que Dios es sevillano, que no entra hoy en Jerusalén, sino que viene a la tierra de la Madre que Lo parió.
Habréis visto al Señor siempre con la cruz al hombro. Rostro renegrido. ¿Por qué tiene el rostro tan renegrido? ¿Lo sabéis? Es por la cantidad de madrugadas de Sevilla que se le han quedado en la cara. El Señor tiene en la cara todo ese frío de las oscuridades de la madrugada. Acercaos a San Lorenzo a verlo. Hoy no lleva esa cruz. Las golondrinas entran por mayo a quitarle las espinas y hoy Sevilla le quita la cruz para que veamos que es uno de los nuestros, que es sevillano. Para que Sevilla, desde este tendido de la luz de la mañana, vea el Gran Poder que tiene.
Lo veréis allí, humano. Tiene camisa de hombre. No me lo ha dicho nadie, pero el Señor, como sevillano, estrena hoy domingo los encajes de esa camisa. Está en su barrio y se ha puesto lo mejor. Como todos nosotros. Para que viéramos el gran poder que tiene, Sevilla le quitó hoy la cruz, que no es día de amarguras. Mirad qué planta de sevillano tiene. Imaginaos por un momento sus manos; su pierna tan adelantada… Imaginaos que no pisa piedras, sino albero. Mirad qué bien plantados tiene los pies, qué abierto el compás… ¿Lo veis ahora como lo estoy viendo, como lo sigo viendo en el repeluco de la memoria? Tiene las manos bajas porque está toreando. Tiene el compás abierto porque está toreando. Mirad las venas del cuello. Las venas del cuello están henchidas porque está sintiendo en lo más profundo de su corazón lo que está haciendo. Está cargando la suerte. Mirad las manos bajas, el compás abierto, la pierna adelantada… El valor que hay que tener para adelantar esa pierna como Él la adelanta…
¿Lo veis ahora como lo estoy viendo, en el repeluco de la memoria con golondrinas de San Lorenzo? ¿Lo veis cómo es tan nuestro que está toreando a la muerte? Sí, tenía que cumplir con el rito de la muerte y lo hizo como lo hacen los sevillanos, con arte, abriendo el compás, cargando la suerte, bajando las manos.
Seguid a los hombres de las cintitas que de San Lorenzo vienen, que os llevarán a ese Gran Aficionado que está hoy como un torero en el cuarto del hotel, recibiendo las visitas de los amigos y de los vecinos. Veréis que en realidad le llaman el Gran Poder porque le está dando una media verónica a la muerte, con las manos bajas. Veréis por qué Sevilla lo llevará a hombros hasta Jerusalén. Lo sacará por la puerta grande de la primavera.
ANTONIO BURGOS
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