Querido/a hermano/a en el Señor,
Hoy es Jueves Santo. Hace dos mil años, Jesús de Nazareth se disponía, en una tarde como la de hoy, a partir el pan con sus discípulos, dejándonos en herencia el tesoro de la Eucaristía, sacramento en torno al cual nos reuniremos esta tarde en los Oficios divinos. Cumplida la hora, el Señor se dirigía a orar en soledad en Getsemaní, dando comienzo a su Pasión redentora.
Son esas precisas horas, las de su prendimiento, el juicio injusto, la calle de la amargura y la muerte de cruz, las que nuestra hermandad del Gran Poder eligió hace siglos para unirse al Señor en su Pasión realizando su estación de penitencia, en la que, como dicen nuestras Reglas, acompañamos a nuestras Sagradas Imágenes Titulares en oración, sacrificio y austeridad, uniéndonos a Cristo, paciente en expiación de todos los pecados de los hombres y de los propios, y participando de la situación penitencial de la comunidad cristiana. Y esta noche no será una excepción.
En esta Madrugada santa, los hermanos y hermanas del Gran Poder haremos nuestra estación de penitencia uniéndonos una vez más al Nazareno que carga con su cruz para acompañarlo en su camino al Calvario, y Él nos ayudará con las nuestras. Cruces que este año podemos pensar que han tomado aspectos nuevos y sin embargo, salvando órdenes de magnitud, no lo son tanto. ¿Es que es nueva quizás, la soledad de tantos de nuestros mayores? ¿Es nueva la situación de pobreza y abandono en tantas de nuestras periferias? ¿Lo es la incertidumbre laboral, la duda sobre que nos deparará el futuro, el nuestro y el de nuestros hijos? ¿Es que es nuevo que siga habiendo quien muere solo, sin que haya nadie que rece tan siquiera un Padrenuestro por él? Quizás esta desgraciada pandemia nos haya hecho tomar conciencia, en verdad de una manera tan cruel que no podríamos haber imaginado, de todas esas cruces que hasta ahora mirábamos sin verlas, porque afortunadamente para nosotros, no nos había tocado sentir su peso sobre nuestros hombros; todo lo más, habíamos sido a veces cirineos. Pero ahora las vemos, y nuestra respuesta solo puede ser una: abrazarlas amorosamente, cargarlas como Tú, Jesús del Gran Poder, y abriendo la zancada, seguir tu ejemplo fiándonos siempre de Ti, pues fue con la Cruz con la que “a la muerte diste muerte, y a los mortales la vida”, como rezamos cada enero en tu Quinario.
Y, sin embargo, ante la magnitud de lo que estamos viviendo, no es extraño que nos asalte la duda, que nos sintamos tentados de gritar, como el mismo Jesucristo hizo en la cruz, Dios mío porqué me has abandonado. El Santo Padre nos recordaba en su homilía del viernes 27 de marzo la pregunta de Jesús ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? Puestos delante del Señor, cada uno habremos de encontrar nuestra propia respuesta; yo por mi parte, solo puedo compartir ahora con vosotros, en este momento, el único consejo que me atrevo a dar cada viernes a los nuevos hermanos cuando juran nuestras Reglas, como muchos sabéis. A ellos les digo que recuerden ese día, que recuerden que los ha traído una noche de viernes a postrarse a los pies de Jesús del Gran Poder para recibir su medalla -y con ella, el compromiso de seguir su ejemplo-, y que guarden ese recuerdo en su corazón como un ancla al que agarrarse cuando la vida, como sucede en esta ocasión, nos conduzca por caminos tenebrosos.
Este Jueves Santo de estos tiempos ominosos, os invito a que rescatéis ese recuerdo, simbolizado en un cordón morado y una medalla con una silueta, y os agarréis fuerte a él, encomendándonos más que nunca al Señor. Que lo hagamos participando en la celebración de la Misa de la cena del Señor, cada uno desde donde estemos, unidos en comunión todos los hermanos, los que somos, fuimos y seremos, y con toda la Cristiandad, pidiendo al Padre que ayude a quienes más lo necesitan en estas horas: los enfermos y sus familiares, los de aquellos que fallecieron, los sanitarios que los cuidan y atienden, todos aquellos que con su trabajo diario permiten que atravesemos mejor estas horas negras. Y que como dictan nuestras Reglas, participemos a su finalización, en el rezo del Viacrucis que sustituirá a nuestra salida procesional, ofreciéndolo por todos ellos. Después, durante toda la Madrugada, mantendremos a través de los medios de la hermandad la señal en directo desde la Basílica, como también haremos con los oficios del Viernes Santo y la Vigilia Pascual del sábado, en que celebraremos que Cristo resucitado venció a la muerte como, sin duda, con su ayuda venceremos a esta plaga que hoy nos asola.
Mientras tanto, recordad que nuestra hermandad, hoy más que nunca, está a vuestra disposición para todo aquello que necesitéis, espiritual y materialmente. Que nuestra hermandad es también cauce privilegiado para vivir la virtud de la caridad, especialmente en los tiempos que vendrán, que requerirán nuestros recursos, tanto económicos como de voluntariado. Y, sobre todo, que nuestros predecesores fundaron esta hermandad en torno a María, la que aún con el Corazón Traspasado nunca se apartó de la cruz, ni en las tinieblas más oscuras, para que nos sirviera siempre de guía y ejemplo a quienes seis siglos más tarde somos hoy sus sucesores.
En vísperas de la Madrugada santa, buena estación, hermanos. En las benditas manos del Señor del Gran Poder, las que -signo de los tiempos- esta Cuaresma no se han separado ni por un momento de la cruz, ponemos nuestras peticiones e intenciones. A Él y a su Santísima Madre pido que os bendigan y protejan especialmente a todos vosotros, a vuestros familiares, y a todos los devotos que a Ellos se encomiendan.
Mucho ánimo y esperanza.
J. Félix Ríos Villegas
Hermano Mayor