Con profunda tristeza lamentamos comunicar el fallecimiento de N.H. Félix Acuña Torres, capiller a lo largo de 46 años y que siempre permaneció vinculado a la hermandad hasta el final de su días. El funeral por nuestro querido hermano se celebrará hoy domingo a las 11:30h en la Basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder.
Que el Señor y su Bendita Madre le premien todo el bien que hizo por esta Hermandad a la que tanto quiso. Rogamos a todos los hermanos una oración por su alma.
En su memoria, recordamos la entrevista publicada en el Anuario del año 2014.
ENTREVISTA A FÉLIX ACUÑA. ANUARIO 2014
José Luis Gómez Villa
Lucas L. Acuña Carabantes
Toda una vida en la Hermandad y trabajando para la Hermandad. Félix Acuña Torres (Sevilla, 1939) acaba de llegar a sus bodas de platino en la vida pero, de su mano, queremos en estas páginas recordar tantos años de dedicación y trabajo para la Parroquia primero y para la Hermandad después, tanto en nuestra antigua Capilla como en la Basílica hasta su jubilación en 2005. Y, de un modo especial, sus recuerdos de los hechos que en el próximo 2015 celebraremos, especialmente los cincuenta años de la Basílica. Su testimonio lo convierte en un recuerdo vivo de los años finales de la Hermandad en la Parroquia de San Lorenzo, de cómo era la vida de ésta allí y de los años de la edificación del nuevo templo. La memoria de una Sevilla aún con los burros cargados a las puertas de los bares y las tiendas, con los primeros coches abriéndose paso por las arterias de la ciudad a costa de su patrimonio, de la Semana Santa que va de los pregones de Rodríguez Buzón al de Delgado Alba, pasando por las Misiones de Cirarda y Bueno Monreal; la de Juan del Cid, Gómez de la Torre o Duque del Castillo, pero sobre todo de Miguel Lasso como hermanos mayores. En definitiva, de cómo era la vida de la Hermandad en aquellos años que pasamos del del blanco, el negro y el tecnicolor al color de nuestros tiempos.
Félix Acuña, Félix el Capiller, vino al mundo, cosas de la vida, al inicio de la dura posguerra, en noviembre de 1939 y en el barrio de la Macarena, en una familia humilde que vivió muchos años en la casa de la calle Patricio Sáenz. Pronto, “siendo un chiquillo, yo estaba estudiando en el colegio que tienen las monjas de la Caridad en el barrio de la Macarena, y un día, saliendo del colegio, un sacerdote de la escuela del Convento de Santa Clara, me dijo que me fuera con él. Tendría unos nueve años y un día me pidió que le acompañase para ayudar a misa en la Parroquia de San Lorenzo como monaguillo y así fue como me convertí en monaguillo, siendo entonces párroco regente don Fernando Torralba y García de Soria que lo era de la Parroquia de Santa Cruz de Écija. Después vendrían otros párrocos, D. Andrés Galindo, D. Diego Guzmán, etc. En la Parroquia había un sacristán muy anciano, Joaquín, y como yo llevaba ya de monaguillo algún año pronto me hice con el cargo de ayudante, iniciándose así la que habría de ser mi casa y mi trabajo para toda la vida.”
De sus padres, Félix recuerda que no pertenecían a ninguna hermandad, como él mismo hasta que lo fue de la del Gran Poder, pero recuerda que eran muy sevillanos y muy devotos de la Esperanza Macarena, en especial “mi padre era muy macareno, por vinculación con el barrio aunque no pertenecía a la Hermandad. Los Viernes Santo íbamos por la mañana a la Calle Parras, cuando le cantaban Centeno y demás saeteros de relumbrón, y era una fiesta de toda la familia. Mi abuelo, el padre de mi madre, maestro zapatero del barrio, que vivía en la misma calle que nosotros, nos recogía pronto para ir a verla, y una vez que se recogía la Virgen, se iniciaba el tomar unas copas y demás en la casa, pues el día de fiesta grande era el Viernes Santo. Después de aquellos años, cuando mi padre murió, me mudé con mi madre a vivir a la Barriada del Carmen, en la que por mediación de Enrique de la Cerda, nos habían dado un piso en el que viví con ella hasta que me casé en 1965.
Mientras yo era monaguillo y ayudante de sacristán en la Parroquia, la Hermandad siempre tuvo como capiller a Pulido y Manolito Peguero, siempre ha tenido dos capilleres o un titular y un ayudante. Después de Pulido entró Juan Lobo y Peguero siguió de ayudante con Lobo. Era 1958 y yo no sé por qué, pero la Hermandad había prescindido de repente de los Capilleres. Estando yo ya de sacristán en la Parroquia, llegan una tarde a la Hermandad Paco Soro y Eulogio Arenas, priostes del Señor, y me pidieron si podía cerrar la reja de la Capilla y las dependencias porque no tenían personal por la marcha de los capilleres.
La mañana siguiente, a las siete y media, se volvieron a presentar y me preguntaron si me importaba abrir la Capilla y estar un poco pendiente de ella, y así lo hice. A las tres horas, tras hablarlo con el Vizconde, D. Miguel Lasso que era el Hermano Mayor, bajaron de las dependencias de Hernán Cortés y me dijeron que siendo tan competente y apañao, venían a ofrecerme quedarme de capiller de la Hermandad, que iba a ganar más dinero que en la Parroquia. Lo consulté con el párroco y me dio su consentimiento encantado, puesto que para él era fantástico que Félix, que conocía la Parroquia perfectamente, se quedara como capiller del Gran Poder. Al mes entró Antonio Garduño, que lo recomendó Luis Rivas, Mayordomo de los Negritos, y yo pasé a ser ayudante del capiller, pues sólo tenía 19 años.
De la parroquia me lo sabía todo, pero de cofradía, no sabía nada de nada, yo no sabía poner un cirio derecho y de Garduño lo aprendí todo, la verdad. Pero a los años, como Antonio vestía imágenes en la Semana Santa y tenía que irse a los pueblos y demás, él decidió irse y me proponen que me quede como Capiller titular. Entonces yo me quedé solo un tiempo, aunque estaba en las oficinas Paco Jiménez que me echaba una mano (llevaba la gestión y demás). Miguel, actual capiller, ya venía en Semana Santa desde el Club Trastamara, donde él estaba trabajando, para echar una mano y trabajar en el montaje de los pasos y así empezó a vincularse con la Hermandad. Y cuando la Junta pensó en contratar otra persona, yo les dije que no metieran a nadie y les propuse que fuera Miguel y así se convirtió en mi ayudante y, con el tiempo, en heredero del cargo”.
De aquel tiempo en San Lorenzo, de los años de sacristán y de capiller, Félix guarda muchos recuerdos. Para refrescar algunos de ellos, nos hemos introducido en la Capilla de la Hermandad en San Lorenzo, que actualmente ocupa la del Dulce Nombre y le hemos hecho retrotraerse a las maneras que había entonces de trabajar, de organizar los cultos, el montaje de los pasos y el diario de la Hermandad y de la devoción al Señor. Hasta por unos minutos Félix ha recuperado las llaves de la Capilla, que Paquito, el actual sacristán le ha entregado deshaciéndose en halagos hacia Félix, del que dice que “ha sido maestro de todo lo que en esta parroquia y en su hermandad se ha hecho desde que estuvo al frente de una y de otra”. Al piropo, Félix reflexiona que, efectivamente “han sido legión los monaguillos que él ha entrenado y que ha preparado en sus 46 años al servicio de la Hermandad más los que estuvo al servicio de la parroquia”.
“Yo tenía mis llaves de la Capilla, siempre conmigo en el bolsillo. A la izquierda del altar del Señor según se subía para el Camarín, yo tenía mi pequeño despacho, con un mostrador para los recuerdos y una mesita con mi teléfono y demás, por la que pasaba todo el mundo y me saludaban. La vida en la Capilla de la Hermandad era muy parecida a como es en la Basílica, cada día había que abrir a las siete y media de la mañana, cerrándose a mediodía tras la misa de la parroquia, y se abría otra vez por la tarde, aunque por las tardes en aquella época no podía haber misa. La disposición era igual, con el Señor en el centro y las imágenes de San Juan y la Virgen a los lados. Los viernes eran más estrechos, porque era el día que estaba el Señor en besapié y se habilitaba la salida por la puerta del cuarto de debajo de la Torre, por el lado en el que está la Virgen de Rocamador, pasándose por el cuarto de la Cruz, que era como se llamaba al lado opuesto de la subida, y que era donde estaba la cruz del paso del Señor para que, como hoy, la gente la besara. A diario no estaba en sí en besapié, aunque por supuesto yo dejaba pasar a quien me lo pedía, pero el día de venir a besar el pie era los viernes. Las tardes del Miserere se estaba estrecho en la Capilla. Los viernes, sobre todo por la tarde, siempre se ponía uno de los empleados de la cuadrilla a limpiar el talón, porque no había protección alguna de la imagen, y siempre había que tener cuidado con el Señor.
Los cultos anuales, que antes eran una Novena y un Septenario, se realizaban en el Altar Mayor, que empezábamos a preparar unos pocos de días antes. Entonces, para llevar al Señor a su altar, preparábamos “el carrito”, donde se colocaba después de bajarlo con un mecanismo parecido al de ahora, pero más pequeño. Después, en unas andas o pasito se llevaba en procesión con los hermanos con los cirios hasta el altar mayor. Allí había otro mecanismo altísimo, con unos cables de acero que servían para que subiéramos al Señor a su sitio de la Novena, que era muy alto. A los lados se ponía a la Virgen y a San Juan. El Señor se solía subir a su altar en el mediodía del día de Nochebuena, o el día anterior, porque la Misa del Gallo de la parroquia ya se celebraba en el altar mayor delante del Señor. Cuando en aquella época los altares se tapaban como mandaba la liturgia, con sus cortinajes y demás, esperábamos que llegara el Gloria para descorrer las cortinas y era un auténtico espectáculo. También en Cuaresma hacíamos el Septenario a la Virgen en el Altar Mayor, que se montaba un altar más pequeñito, pero justo hasta el Viernes de Dolores. Desde el altar de Septenario, se trasladaba a la Virgen directamente al paso.
Para el montaje del Besamanos se repetía la bajada del Señor y una vez más en el carrito y con todo ya dispuesto en el trascoro, se trasladaba allí. Antes el Besamanos era más corto, se ponía el Lunes Santo. Después ya, en tiempos del Vizconde se puso lunes y martes, porque como don Miguel Lasso también mandaba en la Hermandad de La Bofetá, venían los costaleros del Dulce Nombre y movían nuestros pasos. Después, el Besamanos se alargó también hasta el Domingo de Ramos, al finalizar la procesión de palmas de la Parroquia. Desde el Besamanos se ponía otra vez en el carrito, de ahí al pasito (andas del Señor) y se subía al paso, con una tarima que lo trasladaba desde las andas a su sitio, con las guías, y sujetándolo con las manos más que con las guías.
Durante los días que durara, la participación de los devotos y de Sevilla en el besamanos era exactamente igual que ahora, constantes colas mañana y tarde para acercarse a su Señor, y había veces que la cola seguía por Conde Barajas hasta casa Realito en la calle Trajano, especialmente cuando sólo era un día, el Lunes Santo. También conocí cuando el Besamanos se hacía sobre el paso, que era en el mismo sitio en el que después se siguió montando el paso siempre (en la nave lateral a los pies del templo, nunca estuvo en el altar mayor de la parroquia), que se le ponían unas escaleras a los dos lados del frontal y, sin quitar el cajón en el que estaba siempre envuelto el paso, se subía por un lado y se bajaba por el otro. Eso se quitó porque las personas mayores temían subir ahí, puesto que era algo peligroso, o más que peligroso, difícil de subir. Yo no me acuerdo cuando aquello se quitó pero yo creo que ya estaba trabajando para la Hermandad o quizá estando aún de monaguillo.
El paso del Señor se montaba entero el Martes Santo por la noche, cuando acababa el besamanos, lo subíamos y nos aprovechábamos de los costaleros del Dulce Nombre para hacer las maniobras. Ya últimamente, cuando la cofradía entraba, el Señor se ponía directamente en la Capilla, pegado a su altar y, cuando el Lunes de Pascua se desmontaba, se pasaba a su altar con la tabla y los costaleros recogían el paso para guardarlo”.
Recorremos con él los espacios de la capilla, donde tenía el pequeño despacho, la tienda de recuerdos, etc. Y hasta nos cuenta una vez que entraron en la Capilla por el lado de la puerta de la torre, partiendo la puerta de hierro y entrando hasta las dependencias de la Hermandad. “Pero no se llevaron nada, aunque tenían todo el dinero de la lotería que estaba en uno de los cajones de recuerdos camuflados”. La belleza del camarín no pasa desapercibida, los detalles de los mármoles, de las puertas, de las pinturas, y recuerda cómo las escaleras eran de latón dorado que bien que limpiaban ellos todas las semanas. “En la Capilla, como en la Hermandad del Gran Poder, siempre se cuidaba todo. ¡Y no veas cómo!”.
Todos estos años, los de San Lorenzo y los de la basílica, muchos han sido los compañeros de trabajo de Félix en la Hermandad. Haciendo memoria, nos habla de aquellos años en las semanas santas aún de la Parroquia, en las que estaba Antonio Navarro, Pepe Núñez, Ángel Arriola, Miguel…, “o dos que venían de la Calle Eduardo Cano y en concreto a uno que le decíamos el Churra que, como siempre estábamos aquí, trabajando y demás, sobre todo en los días de antes y de la Semana Santa, descansábamos un rato unos primero y otros después y nos quedábamos dormidos hasta en los bancos. Y una vez, éste que llamábamos cariñosamente el Churra, se liaron a pintarle la cara mientras estaba dormido con carbones de los incensarios y, cuando llegaron los de la Junta y lo vieron se reían de él porque ni se había dado cuenta. Y nos montó una tremenda…, pero había buen ambiente”.
Pero sobre todo pesa en el recuerdo Chicote, persona que desde antes incluso que Félix llegara a la Parroquia ya estaba en la Hermandad. “Chicote estaba en el colegio de la esquina de Santa Ana con Santa Clara, y de ahí empezó a trabajar y a vincularse con la Hermandad hasta que se murió, que lo hizo en el piso de la calle López Pinillos del Tardón de la propia Hermandad. Y él empezó a participar en la Hermandad antes que yo llegara. Él aquí lo ha hecho todo. En mi casa era uno más. En la mesa se sentaba como uno de nosotros, nunca tenía sueño, pero siempre se dormía según acababa de comer y había que obligarlo a que se echara la siesta en el almacén que teníamos con trastos en la Casa de Hermandad. Se llevaba cosas que la Hermandad ya no quería para su Parroquia de Almonaster, arreglaba cualquier cosa, la última todos los exvotos y recuerdos que la gente dejaba al Señor, que tan bien limpió y puso en los marcos que están en la subida del camarín. Era una persona culta, entrañable, entregada también a lo que se le pidiera para la Hermandad”.
- El año de las tres procesiones. Hay años que indudablemente quedan marcados para siempre en el recuerdo colectivo de la Hermandad y, de un modo muy especial, en la memoria de quienes tuvieron la suerte de vivirlos muy en primera persona. Tal es el caso de Félix y las dos procesiones extraordinarias de las imágenes de nuestra Hermandad, que con la ordinaria de la Semana Santa de ese año, completaron un año excepcional del que en este 2015 se cumple medio siglo.
“El año de las Misiones, para el traslado, el Hermano Mayor avisó a la cuadrilla para que, si la gente flaqueaba, estuvieran al quite para meterse y llevar al Señor para delante hasta el Sanatorio de San Juan de Dios, pero aquello fue una locura de gente. Yo me acuerdo que mi compadre, que quería meterse un poco a llevar al Señor, no pudo por lo menos hasta el puente de los Bomberos. Pero empezó a llover y nos tuvimos que ir a la Parroquia de la Concepción, que yo me adelanté, y todo eso que cuentan del garaje de Araujo y demás, pues no fue así porque el Señor no podía entrar allí por altura, ya que iba con la Cruz de salida. Y es que no cabía ni en la parroquia el Señor. Yo llegué y resultó que allí no estaban ni el sacristán ni la llave para poder abrir la puerta principal. Entré por las dependencias y pedí una caja de herramientas, partí la falleba, y dije que ya se podía entrar, haciéndolo el Señor enseguida y la Virgen un poco después. Además que llovió y bastante. Total, que entonces, atemorizado, llamé rápidamente a un empleado de Marvizón de la fundición de Curtidurías, para que vinieran a reparar aquello. Cuando el párroco llegó, la Hermandad ya estaba dentro y me buscó para felicitarme por lo que había hecho rompiendo la puerta, que había hecho lo que había que hacer y que lo había hecho estupendamente.
En la Parroquia de la Concepción nos tuvimos que quedar hasta por la tarde, que a las cinco pudimos emprender el camino hacia la parroquia de Santa Teresa el Señor, y al colegio que estaba al lado, la Santísima Virgen. Hubo una cantidad de gente tanto a primera hora de la mañana como ya luego por la tarde, que no se cabía por el puente y la ronda del Tamarguillo. Y ya de noche llegamos a la Parroquia de Santa Teresa donde nos estaba esperando la Hermandad de las Penas, de ahí la famosa foto del Señor frente a frente con el Cristo de las Penas, ellos siguieron su camino, y el Señor ya se quedó dentro.
Los días que estuvo allí el Señor, yo que tenía mi Vespa, me iba para allá temprano y con el sacristán de la parroquia, que era un señor mayor, creo que se llamaba Juanito, me quedaba todo el día. El hombre decía que aquello era una barbaridad de gente desde primera hora a la tarde, y yo le llevaba advirtiendo que lo gordo iba a ser cuando llegara el viernes… El Señor se quedó en su parihuela y la Virgen en el Colegio. Se decían misas diarias, que yo recuerdo que mientras eran las predicaciones, yo me salía a la plaza, que había una pescadería muy buena, me tomaba mi pescaito y otra vez para dentro. Y por las noches se quedaba no sólo su guarda, sino también otro que contratamos para que se quedara con la Virgen. Aquello duraría una semana por lo menos, rematándose con la procesión general con las hermandades que estaban en aquella zona, rezándose un Via Crucis y después, por la tarde siguiente, se salió para casa, haciendo coincidir el regreso con una estación en la Parroquia de San Benito para colocar una placa en recuerdo a la estancia allí siglos atrás de la Hermandad. A mi, en algunos tramos, parecía que me traían en volandas de la de gente que había… Igual me pasó en los Via Crucis que ha presidido el Señor, especialmente en el de 1987, que fue una locura, cuando el Arzobispo se tuvo que marchar cuando íbamos camino de las Esclavas, y llegamos tardísimo a la Catedral; y a casa, ni te cuento… Ese día y este de las Misiones es de las veces que más gente he visto con el Señor en mi vida.
La procesión de traslado al nuevo templo. “Lo más significativo de esa procesión fue sin duda cuando, a la altura de la Telefónica que estábamos para entrar en la recepción de la corporación municipal ante el Ayuntamiento, a la Virgen se le incorporó la Banda de Música. Que mientras estaba pasando el Señor, también tocaron, pero propiamente a la Virgen fue a la que le tocaron marchas a su paso hasta que se detuvo junto al paso del Señor en el Ayuntamiento. Salimos muy temprano por la mañana desde la Parroquia, al medio día fue el Pontifical, con los pasos en el trascoro y después por la tarde regreso a la Basílica. Y hubo que desmontar rápidamente los pasos, porque al día siguiente había que bendecir el templo. Me acuerdo que mientras desmontábamos el palio, se convidó a los costaleros, recogiendo después el paso del Señor.
Un extra no anónimo en Currito de la Cruz. También en el 1965, una nueva versión de Currito de la Cruz, ambientada y rodada en Sevilla, permitió a Félix el Capiller del Gran Poder, debutar en el cine y, adquirir aún más notoriedad en aquella Sevilla aún pequeña en la que todos se conocían. “Cuando se hace la película de Currito de la Cruz, con Soledad Miranda, el Pireo y Arturo Fernández, pues me dice todo el mundo y discuten que sí la película se hizo en la Calle Conde de Barajas. Y la película está rodada en el Barrio de Santa Cruz, en casa de la Marquesa de Santillana. Y es que yo salgo en la procesión por la acera en vez de delante del paso. Y además, voy con un traje gris claro. Y es que yo fui simplemente porque me enviaron los miembros de la Junta de Gobierno a que llevara allí las varas y demás para que se hiciera el rodaje y al final terminé saliendo en la película. Y allí había 20 nazarenos, que se vistieron con túnicas del Cristo de Burgos que les prestaron, tapándoles el escudo, claro. Hasta recuerdo que se le dieron 20 duros a cada uno de esos extras. Y una vez que terminó todo aquello y yo recogí las cosas me preguntaron los de la dirección de la película que sí yo estaba casado, contestándole yo que lo iba a hacer pronto, y me soltaron quinientas calas de la época para que me tomara una cervecita con mi novia, y eso era un dineral en aquellos tiempos… Las imágenes del Señor, eso sí que estaba rodado en aquella Semana Santa en la calle Conde Barajas, después las empalmarían o yo que sé con lo nuestro. Estrenaron la película en Madrid y fue un éxito, pero cuando yo llegué a Madrid de viaje de recién casado, acababan de quitarla, y coincidió con su estreno en Sevilla. A mi vuelta, recuerdo que en el Cine Ideal, cuando yo salía, la gente del público empezaba a gritar: ese Félix, ese Félix el Capiller!!! , no veas, todo el mundo con la película…”
Y de las procesiones extraordinarias a tantas noches acompañando al Señor y a María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso en su Estación de Penitencia, siempre en su puesto de capiller, porque como cuenta Félix, él nunca se vistió de nazareno en la cofradía, ni en el Gran Poder ni en ninguna. “Yo no he salido de nazareno ni una sola vez, bueno, una sí, en el Santo Entierro, donde van las representaciones, que estaba preparada la de la hermandad para asistir, aún en tiempos de San Lorenzo, y faltaba uno de los que se habían comprometido a salir y estaba descuadrada la representación. Y empezaron, venga Félix, prepárate que vas a tener que salir. Y yo tenía mucho lío porque tenía que abrir la Hermandad y el paso del Señor montado en la Capilla, pero insistieron y decidieron que tenía que vestirme y me apañé con una de las túnicas que habían dejado los hermanos que se vestían en la Casa de Hermandad y allá que me fui, me vestí y esa ha sido la única vez que he salido yo de nazareno. No me acuerdo de qué año fue, pero estábamos aún en la Capilla de San Lorenzo”
En las madrugadas, siempre fue un privilegio ir delante del Señor, con los capataces, que siempre han sido personas extraordinarias, me he entendido muy bien. Con los que mejor, con Rafael y Pepe Ariza, porque son con los que más años he coincidido. Con Turmo de Mayordomo se llegó al acuerdo que en la Catedral nos íbamos cambiando de posición de un paso al otro los capilleres, Miguel y yo, tal como ahora hacen los niños que salen de monaguillos, porque hasta entonces yo solía ir en el Señor y Miguel en la Virgen. Me acuerdo ahora de los parones del recorrido antiguo. Que el último año de parón, yo estaba que no podía ya más en la calle Cuna, acostándome casi sobre la manigueta del paso, con los nazarenos reventados, los costaleros rotos, yo que sé. Un lío.
También el año de la mojá, que fue horroroso, con don Juan del Cid como Hermano Mayor. El Señor no se había mojado, los nazarenos sí se habían mojado y bastante. Total, que decidieron que nos quedáramos en la Catedral y ya estábamos recogiéndolo todo en una de las capillas que nos habían dejado. Y cuando ya estaba todo recogido me llega una orden de que nos vamos. Se montó rápidamente la comitiva que quedaba (ya pocos nazarenos), un desbarajuste: algunos con dos cruces, otros con unas pocas de varas… Al salir no llovía, pero en el Palacio Central dió en llover y nos cayó una gran cantidad de agua, horroroso. Eso sí los costaleros en dos chicotás y portándose extraordinariamente, metieron al Señor dentro. La Virgen se le echó el plástico y venía detrás. El Señor, que se desnudó inmediatamente, como la túnica es un poco impermeable por la seda, no se había mojado nada absolutamente por dentro . Protegimos el paso con un cordón de gente, y el dorado tampoco se tocó”.
Y, a las puertas del primer Cincuentenario del nuevo Templo de Jesús del Gran Poder, hoy Basílica, Félix también nos da pistas de cómo fueron aquellos años de cambios. “La Basílica costó hacerla tela, la empezó Huarte y la terminó D. Eduardo Durán, que era de la Junta, liquidando el tema con Huarte y con los compromisos del banco, etc. La obra estuvo un poco de tiempo parada, pero enseguida se retomó. Seguíamos las obras con entusiasmo, claro, nos acercábamos muchos días a ver cómo iban. El maestro de obras, Bartolo, que era de la Algaba y el hombre de confianza de D. Eduardo, estaba siempre con nosotros. También fue un número la bendición de las campanas, Mendoza se subió a la campana y los subieron a los dos a lo alto de la espadaña con las poleas.
Pero todo mereció la pena. Los devotos siguieron sintiéndose igual de bien que en la Capilla, ganamos el besapié continuo, las misas, un rector que asistía a los fieles…
Para mí lo mejor fue que ganamos mucha comodidad, tanto la hermandad como sus trabajadores, que para mi fue un cambio importantísimo el tener arriba de las dependencias de la hermandad mi propio piso. Como Antonio Garduño se fue y el piso estaba pensado para él, una tarde el Vizconde me buscó, me dio la mano y me dijo, Félix, mientras tú estés aquí y nos respondas, ese es el piso que tienes tú y tu estás aquí hasta que te jubiles, porque por entonces no estábamos contratados formalmente ni nada. Y a raíz de ésto quiero tener un recuerdo para quien ha sido el mejor Mayordomo que yo he tenido (no espero que se enfaden los demás), que fue D. Gabriel Moreno Poveda, que ya llevábamos años pidiendo que nos apuntaran en la Seguridad Social, y en cuanto entró lo primero que hizo fue darnos de alta a todos y reglar los sueldos, las pagas extras, las de Semana Santa…
En el piso de la Basílica, al que nos fuimos al casarnos en noviembre de 1965, nacieron mis tres hijos mayores, el chico no porque ya las matronas no iban a casa. Igual los bautizos, que de los tres mayores también pudieron ser en la Basílica. Además, en aquella época, por la Calle Pescadores no se podía entrar a mi casa porque el guarda cerraba aquello. Para entrar en casa había que cruzar la Basílica, que el Señor estaba con una luz muy tenue, o los días de Semana Santa, con el Señor en el suelo, que había que pasar por delante. Y ese privilegio, esa suerte, no la tenía nadie.
Como digo, además, trabajar era mucho más cómodo, aunque había más trabajo porque aquello era muy grande en comparación con la capilla. Los primeros años fue un trajín horroroso de cosas que había que ir terminando. La misma sacristía al principio nada más que tenía una mesa grande, después se le fueron colocando las cajoneras. Lo mismo con los retablos, que para la bendición nada más que estaba el central, haciéndose después poco a poco por Guzmán Bejarano los de la Virgen y San Juan y mientras estuvieron en otros provisionales en el medio de la nave del templo. Los muebles del Tesoro también se hicieron después. Las cosas de valor de la cofradía anteriormente estaban en Hernán Cortés en unas vitrinas de hierro, en la planta alta, donde había también la que llamábamos Sala de Bordados, donde estaban parte de los muebles, los de la derecha, que hoy están en el Tesoro de la Basílica; después se hicieron los muebles del otro frente por José Rivera y se fue trasladando todo el tesoro a la Basílica. Lo último fue llevarse el paso, que hasta entonces siempre había permanecido en el almacén de Hernán Cortés. Debajo de la puerta de la calle Pescadores se puso una foto grande del Señor que parecía que estaba sobre el paso”.
Hablando de la Hermandad, del trabajo en la Capilla, de los montajes, de madrugadas y de las mil anécdotas que dan a Félix los 46 años de servicio a la Hermandad, la entrevista se ha movido desde la Plaza de San Lorenzo a la Capilla, de ésta a la Basílica y al Casinillo y, por último a su propia casa en la Calle Goles, un templo también de recuerdos de los años vividos, repleto de regalos que las hermandades, la suya, las del barrio y de cuantas han conocido su amabilidad y su buen hacer, le han hecho en cada celebración: bodas de plata, aniversarios laborales, hechos de la Hermandad… Y allí nos espera Rosario, también casi 50 años casada con Félix y toda la vida juntos y en el Barrio de San Lorenzo. “Yo iba a verla todos los días, pero, como éramos dos chiquillos que no tendría Rosario más de diez o doce años, pues no podía entrar ni verla a solas. Y yo una noche, antes de ir a verla, me pasé por la Bodeguita de San Lorenzo, donde paraba quien después fue mi suegro, y le dije que yo quería a la niña y que sí el me daba el visto bueno, pues yo quería hablarle. Y mi suegro, sobre la marcha, como me conocía como todo el mundo de la Parroquia, pues me dio la mano y me dijo que por su parte ya estaba todo hablado. Y yo, a renglón seguido, me planté en la casa de Rosario y ella, escandalizada, me decía que yo no podía entrar allí y que su padre me iba a echar o iba a pegarme. Y le tuve que aclarar que lo nuestro estaba ya todo aclarado y acordado. Y hasta hoy”.
Y así, en el Barrio de San Lorenzo y en su taberna más antigua, empezó la familia de Félix, de la que habían de nacer dos hijos, dos hijas y siete nietos, su mayor orgullo. Tantos años en el barrio y en la Hermandad dan para muchas más palabras y muchas más líneas, para mil anécdotas y recuerdos, pero de todos, nos quedamos con las palabras de Félix, refiriéndose a su trabajo: “atender a los devotos siempre ha sido lo más importante. Dejar que la gente pudiera rezarle, acercarse con respeto, que lo tocaran y que pudieran meter sus papelitos o fotos debajo de la peana o a sus plantas. Eso es lo más importante de trabajar para el Señor”.